Por una España sin vesícula biliar
El pasado fin de semana me extirparon el «vasito de la hiel». Así es como se refería el Diccionario de Autoridades a la vesícula biliar, advirtiendo que «la hiel de cada animal no es sino su propia cólera».
La primera gran compilación léxica de nuestra lengua, asumía pues la teoría de los ‘Cuatro Humores’, vigente desde Hipócrates, según la cual el temperamento de las personas dependía de la predominancia de la sangre, la bilis amarilla, la bilis negra o la flema. De ahí que los biotipos humanos se dividieran en sanguíneos, biliosos, melancólicos y flemáticos.
En pleno Renacimiento, el gran Arcimboldo asoció esos «Cuatro Elementos» —así se titulaba la serie de retratos antropomórficos dedicados al emperador Maximiliano— a las cuatro estaciones, representando en realidad la evolución de las actitudes humanas ante la vida. Las edades del hombre, en sentido estricto.
Nadie menos apropiado que uno mismo para evaluar hasta qué punto ha vivido una primavera sanguínea, un verano bilioso, un otoño melancólico o un invierno flemático, cual Bradomín en las Sonatas de Valle. Probablemente todo ocurra de manera simultánea a los ojos de los demás.
Permítaseme alegar, echando mi cuarto a espadas, que creo haberme ahorrado la melancolía y he tratado de atenazar siempre la cólera entre el entusiasmo y la serenidad. Por lo tanto, sé que nunca echaré de menos mi vesícula biliar, uno de esos órganos, como las amígdalas o el apéndice, que los médicos siempre dicen que no sirven para nada. Sobre todo, cuando se inflaman y te los quitan.
No diré que haya sido una experiencia placentera pues fue precedida de desagradables dolores, fruto de la obstrucción del conducto cístico, que une la vesícula con el páncreas, por una piedra o cálculo de tres milímetros. Tantos años de vigilante restricción de la secreción biliar, para no agriar ni la vehemencia en la denuncia ni la reflexión en el análisis, tenían que terminar en algo así.