El estudio del clima del pasado en nuestro planeta, mediante técnicas que permiten reconstruirlo durante al menos el último medio millón de años, concluye en la existencia de una fuerte correlación entre el contenido de los gases de efecto invernadero (GEI), principalmente el dióxido de carbono, CO2, presentes en la atmósfera, y la temperatura media de la superficie terrestre.
Aunque hay otros factores que pueden contribuir a alterar el contenido de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, el más importante, con diferencia, es el consumo de combustibles fósiles con fines energéticos.
La única forma de hacer posible esa reducción de emisiones es una transformación profunda en nuestras fuentes de energía. Fundamentalmente a través del aumento del papel jugado por las energías renovables en las próximas décadas y, en opinión del autor del documento publicado en la colección Cuadernos, Cayetano López, no prescindiendo de la energía nuclear, que está libre de emisiones, para sustituir una parte de los combustibles fósiles.
Esta es la transición energética que se necesita. Ahorro energético allá donde sea posible y no dañe las perspectivas de crecimiento de los países en desarrollo, ahorro en estos países en forma de disminución de la intensidad energética, o intensidad de carbono, es decir de la cantidad de energía o de CO2 emitido por unidad de producto bruto, y sustitución generalizada de los combustibles fósiles por fuentes de energía que no emitan GEI.
La Cumbre de París ha supuesto un hito considerable en cuanto a que se ha demostrado que es posible llegar a acuerdos globales en los que cada país proponga contribuciones que considera alcanzables. Los objetivos generales están bien definidos y el marco evolutivo del acuerdo parece el apropiado para gestionar la enorme diversidad de posiciones registradas.
La Circular del Círculo nº 14/mayo de 2016.