Las elecciones autonómicas y municipales del pasado domingo 24 de mayo han abierto un nuevo ciclo político en España, con la entrada en la vida institucional de nuevos actores, aunque los partidos tradicionales mantengan un apreciable protagonismo. La mayor fragmentación resultante en parlamentos, asambleas y consistorios es producto, por una parte, de las tensiones que largos años de crisis económica e institucional han generado en la sociedad española. Pero también, por otra parte, de las carencias de iniciativa de los partidos hasta ahora hegemónicos, incapaces de impulsar una regeneración creíble de la democracia y de hacer entender los costes del saneamiento económico.
El actual mapa político ofrece la oportunidad de incorporar nuevas sensibilidades en la toma de decisiones colectivas y crear así una sociedad más integradora. Conseguir ese objetivo tiene también sus exigencias, que a todos alcanzan.
La primera exigencia, por supuesto, es la disposición al pacto, que no es compatible con vetos previos. Pero no importa sólo el medio, también el fin. Ni los partidos viejos ni los nuevos deberían olvidar que la sociedad española desea, sobre todo, superar la crisis en todas sus dimensiones, dando por hecho que los servicios públicos van a continuar funcionando como corresponde a un país desarrollado y que no asistiremos a una parálisis provocada por conflictos institucionales; que se va a combatir enérgicamente la corrupción y la apropiación de las instituciones por los partidos; que se buscará solución a los conflictos territoriales, y que no se abandonará la dirección adecuada para la recuperación económica, porque el empleo de calidad lo crean las políticas apropiadas, no el voluntarismo, aunque haya que extremar la sensibilidad hacia las situaciones de máxima dificultad de muchas personas, y corregirlas. La hora de gobernar, la responsabilidad de gobernar.
La Circular del Círculo nº 7 /junio de 2015.