POSICIONES 9
Economía española. Las exigencias de un crecimiento vigoroso.
En los compases iniciales del año 2014 el diagnóstico sobre la situación en que se encuentra la economía española es ya ampliamente compartido: el ajuste está muy avanzado y un cambio de tendencia está confirmado. A mediados de 2013 las cifras de crecimiento intertrimestral del PIB volvieron a ser positivas, tras ocho trimestres consecutivos en negativo, y desde entonces la mejoría se asienta paulatinamente.
Otros indicadores menos concluyentes, aunque acaso más vistosos, apuntan en la misma dirección. La prima de riesgo hace tiempo que no proporciona sobresaltos, la inversión extranjera no sólo ha dejado de huir, sino que retorna con fuerza y hasta las empresas calificadoras de riesgos se plantean subir sus notas. Únicamente el drama de los seis millones de parados ensombrece el panorama, aunque, cuando menos, el mercado de trabajo también parece contener su deterioro.
En otras palabras, se ha entrado en una nueva fase de la crisis. Tan poco acertado sería negarlo ahora, como lo fue en su día tardar en reconocer la gravedad del problema, porque la coyuntura tiene oportunidades que es preciso aprovechar. Aceptar que se ha superado una etapa no debe interpretarse como el fin de las dificultades. Podría ser que sólo se hubiese salvado, y acaso provisionalmente, otro momento dramático.
Tan sólo el retorno de un crecimiento intenso de la renta y una generosa creación de empleo certificarán la superación definitiva de la crisis. La pregunta que está en el ambiente es si la economía española encontrará de inmediato el camino de ese crecimiento vigoroso o se verá atrapada de nuevo en una desesperante languidez. El crecimiento necesita que se mantenga el impulso exterior y se le añada una fuerte demanda interna. Las esperanzas en el sector exterior parecen fundadas, aunque se requieran esfuerzos adicionales. Pero revitalizar el consumo y la inversión exige cambios de envergadura, reclama remover rémoras que atenazan la recuperación.